Por fin llegó el día.
Mucho antes ya lo había pensado, aunque no he querido creerlo. ¡Bah, es otra más!¡Tú tranquilo, chaval!, me digo. Pero ahí estoy. Ahora me recuerdo en el pensamiento, mientras deshollo segundos con el que deshoja primaveras. Tenemos cada uno dos bancos ocupados y otro más para los cubatas. De propina. Porque nosotros lo valemos. Sí, amigo, es cierto que ya hace un tiempo lo pensé, pero no quise darle importancia. Y hoy me revolotea por la cabeza, tan fuerte, que he tenido que ir a vomitarlo al váter. Lo primero que me llama la atención es que cuando mi enésimo gintonic está medio vacío, la taberna en la que nos encontramos medio también lo está. Miro el vaso otra vez y me doy cuenta que copa y local son directamente proporcionales y ya sabes lo poco que me gustan desde hace tiempo las proporciones. La gente se ha ido a casa a darse un respiro. No puede ser, pienso. ¿Tantas horas llevamos aquí?
Miro hacia atrás, estamos literalmente tirados en la barra, para contarlo una vez más. ¿Dos polos, llaveros, gorros...? Todo yace amontonado en la esquina. Miro a Tabi y él me mira a mí. No hace falta, tío, ya levanto yo la mano. Una sonrisa. Apuro lo que queda de Sapphire. Pido dos copas más. Viene la camarera simpática y todavía pregunta que qué va a ser. Pues lo que tú quieras, chati, pero con suepes, que es la de toa la vida. Y castigando las tablas de dentro de la barra con sus plataformas se va a ponernos las copas. Me cae bien esa tía. En general me cae bien cualquier tía que no me enseñe las tetas detrás de una barra, aunque me revoloteen mariposas por los cojones en esos momentos. Llega el agüita maravillosa. Un brindis.
Poco a poco va apareciéndose de nuevo el personal, como fantasmas. Como putos fantasmas. El público que va entrando, ya sabes quiénes son. Gente con criterio. Algunos son unos auténticos. Auténticos gilipollas, de esos que se estiran hasta que casi se les rompe el pescuezo. Tengo que dar otro trago y escupir el amargor todo lo lejos que puedo. ¡A mí no me asusta naide, que mala muerte me venga! Suena una musiquilla que me resulta familiar. Que se vayan todos a tomar por culo.
El Tabi se me pone sentimental. Me hace una confesión, que se queda sólamente entre los dos, el gintonic y el Jameson. Le asiento. Se le va un poco de la cabeza. Me cambia el tercio. Me da donde me duele. "Que no te preocupes, Jara. Que al Puerto ya iremos. Y si no a Jeré. Que te tienes que sacar el carnele. Que es una pasá..." Yo le respondo que sí, que lo haré, que no se preocupe. Que si la Ruta 66 nos queda algo lejos cogeremos la Ruta de la Plata y que si no hay Ducati, pues Hyosung forever. Que cabalgaremos juntos. Algún día.
Hoy se han paseado ya unos cuantos soles desde mi último pensamiento en ese sentido, pero lo barrunto de nuevo. Hace tiempo que no me doy una vuelta, me importa una mierda que penséis que un par de semanas no son tiempo. Para mí según qué estados, lo son. Hay sábados en los que se siente tanto frío y el viento sopla tan fuerte que alguien te sirla las ganas de pasearte y en ocasiones, las únicas luces que te alumbran el camino son los fluorescentes de los bares, así que arreando y mirar pa trás sólo lo justo. Será que ahora tengo mucho tiempo y debe ser eso, que pienso demasiado. Menos mal que será por poco o terminaré subiéndome a las paredes.
Y debe ser que al final lo he comprendido. Que para coger una ola, la que sea, tienes que meterte mar adentro. Que en la orilla no se montan olas ni se remontan vaivenes. Sólo se espera para ver espuma. Que se aguarda mejor la ola que te acariciará la cara con su sabrosa sal y te llenará el buche si es acompañado. Bien acompañado. Y como sé que el Tabi es el único que está comprendiendo esto, pues allá que voy. Que me sobra todo lo que sigue a eso de yo te quiero y yo también. Que me sobran intenciones y planes para soñar un futuro. Que me sobran planos de pisos que intentan parecerse a hogares. Que me sobra una que se ha vendido por cuatro perras. Que ahora voy sobrado yo para irme cruzado a hacer de Prometeo todos los sábados que tú quieras, esperando paciente que me vuelva a crecer el hígado para volvérmelo a castigar al día siguiente, apagando en él todos los putos recuerdos que me lastran impidiéndome seguir adelante. Que voy sobrado de presente.

Ahora también esperaré la oportunidad sin impacientarme. Tienes razón. No fue mi ola, sino una ola. La mía también llegará, algún día llegará... Y si no, cogeremos otra cualquiera.
Cabalgaremos. Por fin.
Juan Antonio