miércoles, junio 20, 2007

ROMA ... ETERNA

Pues sí. Esto es algo que tenía que haber hecho hace tiempo, pero no siempre disponemos de él todo lo que quisiéramos. Por eso toca en este momento.

Hace ya unos meses que volví de Roma, pero quería enseñaros algunas instantáneas. Excepto un par de ellas, de obligado cumplimiento por la belleza y el merecimiento propio que te da resistir a los siglos, el resto son varios momentos que me pareció interesante traer para que veáis por qué me enamoré de la Urbe y por qué volveré muy pronto... Y la respuesta es sí, tiré la moneda a la Fontana, lo cual me obliga por creencia popular a retornar a Roma. Al regreso y arrojar una nueva moneda a La Trevi dicen los romanos que encuentras el amor en la ciudad. Hay incluso un tercer lanzamiento que equivale a casarte con ese amor. Pues habrá que volver y encontrarlo, ¿no?.

No os voy a contar mucho sobre el viaje, es algo que deberéis hacer por vosotros mismos. Sé que todos escondéis algún lugar en el zurrón al cual deseáis marchar con todas las ganas que sois capaces de juntar cuando regresáis por las noches de la oficina. Pero ni por todo el oro del mundo deberíais perder la oportunidad de mirarla a los ojos. Ella es memoria de nuestra historia. Donde pasado y presente se unen en una frágil línea y donde la bohemia se respira a cada paso andado, en cada cigarrillo encendido y en cada espresso saboreado.

Ahí van el resto. Momentos que han quedado para siempre en la retina del viajero.


En Piazza Navona, que sigue el trazado del antiguo Circo Romano de Domiciano, una de sus fuentes, la "Fontana de los Cuatro Ríos". Uno de ellos. De noche, cómo no.

Una de las muchas zonas con encanto donde los romanos acuden de marcha, el Campo di Fiori. Rodeado de wine bar con sus terrazas a rebosar. Es encantador estar debajo de uno de sus toldos mientras llueve.

Parte del Trastevere, donde se dice que viven los auténticos romanos y donde habita la bohemia acompañada en cada esquina de un pintor, un platero o un poeta.

En los alrededores de la Piazza dei Poppolo. Arte en las calles.

Un restaurante en las inmediaciones de la Via Veneto, con el Hotel Excelsior de fondo.

Parte del monumento a Vittorio Emanuelle. Aquí el viajero ya estaba muy arriba.

El Coliseo o Anfiteatro Flavio, de noche. Uno se siente muy pequeño en todos los sentidos al contemplarlo, creedme. Espectacular.

La Fontana di Trevi. Hay poco que decir de ella, pues todos habréis leído seguramente acerca de la leyenda y de su Dolce Vita. Mi moneda está alojada a la altura del caballo de mar domado de la derecha. La próxima lo hará al lado del caballo salvaje que intenta sujetar el tritón. La tercera...

Vale, hasta aquí la melancolía. Sólo deciros un par de cosas más. Tenéis que ir al Trastévere. Otra, que cuando os dejéis caer por Roma, no lo hagáis como turistas, hacedlo como viajeros. Cuando lleguéis y veáis legiones de ellos que incluso se tornan plaga, sabréis a qué me refiero. Disfrutad de Roma siendo parte de ella y descubriréis que os lleváis con vosotros algo más que siglos de historia y arte. Confundíos con los romanos, alejáos de cualquier sitio donde veáis japoneses con cámara. En definitiva, sed viajeros, pues el viajero siempre deja y ha de volver, siempre se queda. El turista destruye... Y sólo después yéndose deja el vacío.

Desde un wine bar con un par de gintonis, brindo por vosotros y por la vuelta del viajero. Que vayáis a verla. No os arrepentiréis. Y si queréis compañía para el viaje, mis pasos ya han empezado a llevarme allá de nuevo...

Juan Antonio

viernes, junio 01, 2007

YA LLEGÓ...

Por fin llegó el día.

Mucho antes ya lo había pensado, aunque no he querido creerlo. ¡Bah, es otra más!¡Tú tranquilo, chaval!, me digo. Pero ahí estoy. Ahora me recuerdo en el pensamiento, mientras deshollo segundos con el que deshoja primaveras. Tenemos cada uno dos bancos ocupados y otro más para los cubatas. De propina. Porque nosotros lo valemos. Sí, amigo, es cierto que ya hace un tiempo lo pensé, pero no quise darle importancia. Y hoy me revolotea por la cabeza, tan fuerte, que he tenido que ir a vomitarlo al váter. Lo primero que me llama la atención es que cuando mi enésimo gintonic está medio vacío, la taberna en la que nos encontramos medio también lo está. Miro el vaso otra vez y me doy cuenta que copa y local son directamente proporcionales y ya sabes lo poco que me gustan desde hace tiempo las proporciones. La gente se ha ido a casa a darse un respiro. No puede ser, pienso. ¿Tantas horas llevamos aquí?

Miro hacia atrás, estamos literalmente tirados en la barra, para contarlo una vez más. ¿Dos polos, llaveros, gorros...? Todo yace amontonado en la esquina. Miro a Tabi y él me mira a mí. No hace falta, tío, ya levanto yo la mano. Una sonrisa. Apuro lo que queda de Sapphire. Pido dos copas más. Viene la camarera simpática y todavía pregunta que qué va a ser. Pues lo que tú quieras, chati, pero con suepes, que es la de toa la vida. Y castigando las tablas de dentro de la barra con sus plataformas se va a ponernos las copas. Me cae bien esa tía. En general me cae bien cualquier tía que no me enseñe las tetas detrás de una barra, aunque me revoloteen mariposas por los cojones en esos momentos. Llega el agüita maravillosa. Un brindis.

Poco a poco va apareciéndose de nuevo el personal, como fantasmas. Como putos fantasmas. El público que va entrando, ya sabes quiénes son. Gente con criterio. Algunos son unos auténticos. Auténticos gilipollas, de esos que se estiran hasta que casi se les rompe el pescuezo. Tengo que dar otro trago y escupir el amargor todo lo lejos que puedo. ¡A mí no me asusta naide, que mala muerte me venga! Suena una musiquilla que me resulta familiar. Que se vayan todos a tomar por culo.

El Tabi se me pone sentimental. Me hace una confesión, que se queda sólamente entre los dos, el gintonic y el Jameson. Le asiento. Se le va un poco de la cabeza. Me cambia el tercio. Me da donde me duele. "Que no te preocupes, Jara. Que al Puerto ya iremos. Y si no a Jeré. Que te tienes que sacar el carnele. Que es una pasá..." Yo le respondo que sí, que lo haré, que no se preocupe. Que si la Ruta 66 nos queda algo lejos cogeremos la Ruta de la Plata y que si no hay Ducati, pues Hyosung forever. Que cabalgaremos juntos. Algún día.

Hoy se han paseado ya unos cuantos soles desde mi último pensamiento en ese sentido, pero lo barrunto de nuevo. Hace tiempo que no me doy una vuelta, me importa una mierda que penséis que un par de semanas no son tiempo. Para mí según qué estados, lo son. Hay sábados en los que se siente tanto frío y el viento sopla tan fuerte que alguien te sirla las ganas de pasearte y en ocasiones, las únicas luces que te alumbran el camino son los fluorescentes de los bares, así que arreando y mirar pa trás sólo lo justo. Será que ahora tengo mucho tiempo y debe ser eso, que pienso demasiado. Menos mal que será por poco o terminaré subiéndome a las paredes.

Y debe ser que al final lo he comprendido. Que para coger una ola, la que sea, tienes que meterte mar adentro. Que en la orilla no se montan olas ni se remontan vaivenes. Sólo se espera para ver espuma. Que se aguarda mejor la ola que te acariciará la cara con su sabrosa sal y te llenará el buche si es acompañado. Bien acompañado. Y como sé que el Tabi es el único que está comprendiendo esto, pues allá que voy. Que me sobra todo lo que sigue a eso de yo te quiero y yo también. Que me sobran intenciones y planes para soñar un futuro. Que me sobran planos de pisos que intentan parecerse a hogares. Que me sobra una que se ha vendido por cuatro perras. Que ahora voy sobrado yo para irme cruzado a hacer de Prometeo todos los sábados que tú quieras, esperando paciente que me vuelva a crecer el hígado para volvérmelo a castigar al día siguiente, apagando en él todos los putos recuerdos que me lastran impidiéndome seguir adelante. Que voy sobrado de presente.


Ahora también esperaré la oportunidad sin impacientarme. Tienes razón. No fue mi ola, sino una ola. La mía también llegará, algún día llegará... Y si no, cogeremos otra cualquiera.

Cabalgaremos. Por fin.

Juan Antonio